viernes, 20 de marzo de 2009

LAS DOS CARAS DE CUALQUIER CIUDAD EUROPEA

Viajar no es un hecho sino una actitud ante la vida. Quienes amamos viajar no pretendemos olvidar los lugares donde fuimos felices o donde crecimos. Viajamos porque intuimos que existen espacios donde la vida y el tiempo se entiende de forma distinta. Al menos así lo hago yo.

Nunca me alojo en grandes hoteles -que por otra parte no entra en mi presupuesto-, tampoco tengo ni salud ni ganas de colgarme una pesada mochila a la espalda y patear los nuevos destinos dolorido, cansado, sudando. De ser monje, no me pego con un cilicio ni aunque me coloquen el filo de sus lanzas una compañía completa de la Guardia Suiza del Vaticano.

Cuando llego a los lugares me quedo observando cómo discurre la vida, me preocupa solo el tempo de las ciudades, los adoquines de sus aceras, la verticalidad de sus farolas, sus edificios, los olores... Pero, sobre todo me fascina su gente.

Busco en internet viajes baratos y hotelitos decentes, muy sencillos, limpios y a ser posible muy cercanos a los servicios públicos de transporte. Lo primero que hago es comprarme un bono por el tiempo que pretenda quedarme allí. ¡Por supuesto que me documento previamente, compro una buen guía para viajeros que pretendan que no nos engañen y nos traten como a rebaños de turistas.

Recomiendo a todos que se suban a los tranvías, eviten los autobuses y taxis y a unas malas, si el lugar elegido está lejos usen sin dudarlo el metro. En los tranvías y en los metros: las personas se comportan de forma muy particular que realmente me apasiona.

Un buen método es tomar una línea que atraviese la ciudad y te lleve desde el lugar donde vivas a su terminal, normalmente esos lugares sí te muestran la atmósfera real, con sus carencias, son feos, poco cuidados pero están llenos de vida, personas sencillas, trabajadores, amas de casas, ancianos. Luego de vuelta, uno se va adentrando en el centro que te causa una impresión de grandiosidad, de belleza, no puede uno tampoco desaprovechar la belleza. La cámara, un par de bocadillos, vestidos normalmente sin que se note que acaba uno de bajarse del avión.

A modo de ejemplo diré la ciudad más bella es como una moneda tirada al aire: algunos viven "por la cara" y a los otros "se la rompen diariamente."

Como uno pertenece a los segundos los comprende mucho mejor, eso no significa que no asista a las óperas, a los conciertos y todo tipo de actividades pero siempre en las localidades más populares para palpar el hálito de la ciuda.

Otros lo harán de otra manera pero así lo hago.

Jesús María Serrano